martes, 14 de marzo de 2017

Hey hey

Cuando el bus se empezó a mover, el cuerpo me dió una sacudida. No sabía qué cara poner, y tenía unos lagrimones rebeldes detrás de los ojos. Me despedí con la manito, mandé besitos, y al girarse el bus, me puse de pie para mirar a través de las ventanas del otro lado. Busqué la polera anaranjada, y no la encontré. Pensé que los talones le dolían mucho, y que se fué sabiendo que, estando al lado izquierdo del bus, no tenía sentido quedarse mirando, viéndome partir. Pensé que si le dolían los talones, le convenía más tomar la O, y agarré rápidamente el celular y comencé a marcar, más como un impulso a hablar con él que otra cosa. En eso, el bus llega a la calle, deteniendose un momento antes de seguir, y ahí, justo abajo de mi asiento, parado en la vereda, está esperando, buscando con la mirada. Igual que aquella vez en Valparaíso. Cuelgo al momento de verlo tomar el celular, mientras me mira confundido y risueño. Le mando besitos y se los dejo pegados en la ventana, mientras recibo los suyos a través del aire. El bus avanza, y a penas lo pierdo de vista, tomo uno de mis sanguchitos y lo como sin hambre, solo de saber que él los hizo para mí.
Cada día que pasa, el amor es más como siempre debió ser. 

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