martes, 19 de marzo de 2019

Epilogue

últimamente, y como suele ser, he soñado muy literalmente contigo, y conmigo. Cada vez, te cruzas y pasas un poco más cerca. Un cierto número de noches atrás, accediste a hablar conmigo. Te pregunté qué pensabas, y te dabas vueltas en una casa llena de gente que yo ya no conocía. Para cuando te giraste a verme, esbozaste con tu rostro una enunciación, desperté. Quizá no sabía qué tenías para decir, y sigue conmigo esa interrogante eterna por el contenido de tus cavilaciones. Noches después, quizá un roce, quizá una sonrisa. Cada despertar es una nueva patada, considerando que no he buscado ni una sola vez tu rostro, y eliminé tu nombre de mis conversaciones. Pero se aparece y finge simpatía, tal como en la vida real. Hoy día, fue un poco más allá. Conversamos (se siente como si hubiesen sido años), me miraste con ojos cansados. Se estaba por acabar el mundo, y había que correr cerro arriba. Te dije que te extrañaba, me dijiste que tú también. Tenías lágrimas, enojo. ¿De dónde sale ese enojo? ¿Qué enojo fue el que puse ahí? Sentí alegría, burbujeante, pero un peso en el estómago. ¿De dónde sale ese miedo? ¿Qué miedo fue el que puse ahí? Te preguntaba cosas que no querías responder. El peso aumenta, lo cargo en las vísceras. ¿Qué es lo que está mal? ¿Qué es lo que me duele? Tienes reproches. Esto se vuele demasiado familiar. Y comienzo a dudar. Pero no es importante, lo importante es correr. Llegar a tu familia. No importa el ceño fruncido, corres junto a mi. Todo es distinto ya, pero es igual. ¿Qué fue lo que puse ahí? ¿Qué cosa estoy escondiendo? No es lo evidente lo que importa. Quizá ni siquiera sea tuyo, aunque sea por esta ocasión.
Al despertar, me demoro aunque sea un par de minutos de ubicarme en la realidad. Entiendo que es un sueño, pero las implicancias caen de a poco. La última es irónicamente la que pesa más. No he visto tu rostro en lo que se sienten como eones, y la última vez que lo vi sentí que cedían las conjunciones de mi cuerpo. Hoy, todo lo que veo soy yo, y las cosas que pongo en mis propios sueños. 
Y despierto y el mundo es algo completamente distinto. Y recuerdo que esta es esa realidad, en la que no hay roces, ni sonrisas, ni quejas tampoco. Es esa en la que me dejaste de querer, y todo volvió a su orden natural. Y no hay reproche en eso. Y busco alguna respuesta, algún aprendizaje.     
Pero lo cierto es que querer aprender puede ser mitad pragmatismo y mitad defensa. Una parte quiere rescatar lo que se pueda, ganar en cualquier sentido: entender lo que hice mal, devolverme algo de humildad, aceptar ordenes naturales que llevo la vida completa rechazando. La otra mitad se niega a creer que esta pena tan, tan profunda sea azarosa.... un sin sentido.      

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