jueves, 8 de marzo de 2018

algunos días son dificiles incluso sin nada en ellos: especialmente porque no hay nada en ellos

a las ocho y veinte, el dolor de guata me volvió a despertar. las almohadas nuevas son muy grandes para mi y el dolor muscular, una mezcla de agotamiento, menstruación y hambre me mantuvieron despierta. a las 9 me fui a duchar, solo para no gastar confort en la sangre que tenía entre las piernas. pensé en qué ponerme para ir al taller, y mientras lo hacía, revisé el horario. no era a las 11, era a las 15. las horas empiezan a correr de a poco. lento al principio, luego cada vez más rápido. pasado el medio día, me confirman que no habían más cupos en el taller. siento en el fondo del estómago la pesadez que implica: casi 6 horas hasta la próxima salida. puedo salir antes por comida. puedo salir antes a pasear. pero el peso me mantiene en el suelo, y la angustia empieza a subir. las horas siguen pasando. me corto el pelo. me baño una segunda vez durante el día. me pongo los bonitos aros de flores doradas, pensando en ir a la marcha con ellos. me pregunto si no vienen al caso. la música que llevo un rato escuchando me molesta. no hay nada que pueda poner a cambio. el día se despeja. la marcha se ve cada vez más lejana, más ajetreada, más llena. más larga. más incaminable. cada vez tengo más hambre, y ya no puedo distinguir entre el dolor de una cosa y la otra. lo que era angustia ahora es cercano al pánico. me tiemblan las manos y quisiera romper cosas. quisiera sacarme los brazos. ya no quiero seguir mirando esta pantalla, pero tengo miedo de mirar a los lados. tengo miedo del ruido de la calle. quiero esconderme de todos pero si me quedo en este lugar, me voy a morir. tengo que salir de aquí y no logro pensar donde. 

al final, no hay respuesta. ya no quiero arrastrar a nadie. con lo que tengo de fuerza, voy a arrastrarme los propios pies, al lugar que sea.

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