Desperté a las 6, de nuevo, con el silencio apabullante pegado a los oídos. Me costó mucho decidirme, pero finalmente tomé el celular y empecé a darle vueltas a las redes, llenas de fotos lateras y noticias que importan poco. O mucho quizás, pero no a las 6 de la mañana. Recordé mi etnografía, y pensé en el eco de los autos que todavía no baticina la verdadera mañana. Fantasié con tener la suficiente motivación para salir, en la mejor hora del día, antes de que el sol salga y todo se vaya en picada. Aburrida del celular, saqué el computador, y empecé de nuevo: revisar los correos, abrir la plataforma de cursos, sin ánimo de echar a correr ninguno. Quise imaginar que, afuera, el cerro de al frente estaría cubierto por bruma oscura, que prolongaría la oscuridad de la madrugada un poquito más. Al abrir la ventana, un azul rey se perfila por sobre los edificios, y sé que no se avecina ni la más mínima nube en el cierro. Con el correr de los minutos, el azul pasa a un gris celeste y me doy cuenta de lo mucho que había disfrutado las mañanas haciendo fila, con chispitas cayendome en la cara, y la bruma cortando la vista entre las cuadras. No puedo esperar a que sea invierno de nuevo.
Con reticencia, tomo el libro que empecé en la fila para devolver ropa. Lo tenía muy subestimado, aunque poner mejor atención al título pudo haber evitado eso. Lo empecé porque era cortito, y quería avanzar con la meta de los treinta libros al año, y ahora estoy atravesada con el dolor de la historia. Una mamá se muere de cáncer, y su hija avanza pasajes describiendo su enfermedad, la pena y el hastío. Y yo pienso, si a mi mamá le da cáncer, sería yo capaz de escribir un libro? O mejor dicho, un libro como este? Trato de recordar esos momentos insignificantes de la niñez, alguna caminata, o momento simplón que delate algo trascendental en la vida. Tengo un montón, pero no los puedo recordar como trascendentales. Tengo algunos inventados también. Sale entremedio de los parrafos uno que habla de las ganas de saltarse todo hasta el final, y obviar las partes dolorosas, y pienso que quisiera estar en ese punto en que las mamás son viejas, andan traquilas, y no les importas tanto, y tu sufrimiento ya no es tanto el suyo. Pero supongo que no se puede uno saltar todo hasta el final, y tengo que comerme esta parte primero.
Llevo semanas enteras, quizás meses, soñando todos los días. Cuando era más chica, y me patearon por primera vez, soñaba todas las noches con la niña que me gustaba, y me hacía feliz verla en sueños. Quería irme a dormir todo el rato, porque la extrañaba mucho; luego volvió y fue un cacho, pero ese es otro cuento. Ahora, me asusta un poco ir a dormir. No quiero soñar nada horrible, ni nada denso, ni nada triste, ni nada que parezca eterno. Y cuando despierto, tomo el celular lo más rápido que pueda, teniendo claro que esos primeros minutos son fundamentales para deshacerme de esa carga. Luego de una ojeada zombie a las historias, el sueño se ha evaporado casi por completo. Así logro hacerle el quite a los conchitos de inconsciente que tratan de escaparse y hacer patente el cúmulo inestable de angustias que toman mi forma humana. Quizá ese es el punto de tanto jipismo que se me hace tan lejano, de tanto esfuerzo por la paz interior. Debiese intentar meditar? Agradecer mucho, no agarrar el celu una hora antes de dormir? Una mitad de mi irónica se ríe y la otra hace un asterisco mental, tratando recordar de indagar seriamente.
Para el tiempo que termino de escribir esto, el sol ya no entra por el resquicio de ventana que dejé visibile con la cortina. Parece que mis pronósticos fallaron, y una delgada capa blanquecina cubre el cielo en sus capas más altas. Texturizadas, pequeñísimas ondas dan la impresión de arena en una playa, o olas de mar tranquilo.Si me acuesto boca arriba, casi se siente como si anduviese en un avión. Quizá por hoy solo baste con ir al mar, quizás no. Probablemente lo tenga que averiguar de vuelta a la mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
hola hola