Hay algo raro en que hayan pasado tres días y siga (intermitentemente) lloviendo. La niña interna que tengo todavía no se aguanta de meter las botas en el agua, y por algo me compré botas de lluvia hechas de escarcha dorada.
Quise compartir la lluvia, caminar en la lluvia, como caminaba la Carla chica que vivía en Copiapó y contaba con los dedos de una mano las veces que llovía, y iba y se metía con las zapatillas al agua, si total estaba a cuadras de la casa y no me iba a pasar nada. Abría la boca para comer agua del cielo, y mi mamá me retaba porque con la contaminación de Paipote, decía que el agua estaba llena de mugre. Yo encontraba rica el agua de la llave así que no entendía muy bien de qué estaba hablando.
Y ayer me fumé un cigarro, esperando. Me sentía un poco tonta, con vergüenza, con el cigarro en la mano y hedionda a humo. El cigarro se consumió a la velocidad de la luz, y yo esperando, algo, cualquier cosa, decidí irme antes de que se terminara, y caminé, con el cigarro en la mano, como un disfraz, para que la gente no viera que había estado esperando, sola, a que algo pasara, cualquier cosa digo, un golpe que me sacara de la inercia (preferentemente mecánico, paf!)
No pasó nada, obvio, y todavía ando vueltas con la cajetilla en la cartera, por si tengo que poner una pausa y soñar con un golpe, otro golpe, un golpe más.
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