Me despertaron unos tecladitos, en la canción que encontré por accidente mientras buscaba otra igual. Lloré un poco, porque despertar se siente como un dolor, y se siente como una tensión en los nudos en mi pecho. Hoy día, acumulé una montaña de ropa en el costado de mi cama, e intenté dormir apretada a un costado. Mi consuelo de estar sola es la manera en la que puedo entristecerme infinitamente, entristecerme con miseria, regodearme, llorar, sacarme fotos y borrarlas y sacarlas de nuevo. Un hombre me dijo una vez lo bonita que me veía llorando, y me tomó una foto, y ese día me reí, y en el fondo de mi estómago quise que se muriera.
Tengo tanto miedo a la palabra. Los meses pasan y no puedo decir. Y la gente que quiero se encuentra una y otra vez con un silencio que no entiendo. Y no entiendo por qué siguen. No entiendo sus palabras, no entiendo que reiteren. No entiendo sus gestos. No solo las mías, no entiendo ninguna, sus palabras tampoco son, tampoco significan. No son. Solo a veces, escucho un tecladito y suena como algo, que significaba algo, que entendí y supe y sentí. Todo lo demás es repetición. Todo lo demás es palabra en boca de niño, que se repite hasta deformarse, hasta ser sonido, y boca y lengua, y cuerda y chasquido y golpe. Todo lo demás es mandibula y fuerza, tecladitos y fuerza, tecladitos y entender y el reto es fuerza, es golpe e impacto, todo el resto es choque y contacto, golpe y fuerza.
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