jueves, 2 de octubre de 2014

Hola

Es muy difícil escribir así. Me siento muy redundante cuando escribo lo que siento, en especial si lo estoy sintiendo en el mismo momento. Ahora mismo, me está costando mucho, y aun así siento la necesidad de hacerlo.

No fui a clases hoy. Es mi clase favorita, a la cual lamento mucho faltar, y así y todo decidí, bañada y a medio vestir, que el camino era eterno y que la cara era muy pesada, más aun los pies. Decidí no ir a la de la tarde. Pensé en un día libre, pensé en que, no importa qué tan triste estuviera, sola en la pieza, tendría momentos de luz, y podría dormir, podría jugar, y no tendría que ponerle cara a nadie. Llegó mi tía igual, así que ordené la pieza, barrí, tomé las guitarras y las dejé en la pieza de al lado. Un paso más, me dije. Un pasito a la vez. Ordené mi escritorio, apilando simétricamente las cosas a un lado. Vi un capitulo de una serie que alguna vez intenté ver con el Matías, y lloré un poco más. Jugué, me llamó un amigo, lloré y dormí. Desperté con la visita de una amiga. Hicimos panqueques dulces y salados, y cuando me pregunta cómo estoy, le cuento con los ojos llorosos y riendo, tratando de hacerme la tristona alegre, la que lloriquea pero lo domina igual. Me dijo que llorara no más, y me excusé diciendo que no me gusta que me vean llorar porque me pongo mocosa, y eso me de verguenza. No le dije, porque nunca es algo que una quiere decir, que había llorado todas las noches antes de dormirme, y cada mañana cuando desperté. No le dije el vacío que se estaba comiendo mi cabeza, tragándose las penas y los ánimos, ni le dije las esperanzas tontas que guardo siempre debajo de la almohada. No le dije tampoco cómo camino de puntillas en la casa, como si fuera a despertar algún recuerdo no deseado entre las miles de cosas que siguen aquí. Solo me reí, con los ojos hinchados, comentandole brevemente el curso de los acontecimientos, en el resumen que había adecuado para contar a cada una de mis amigas. Comemos, reímos, planeamos cosas, y la voy a dejar abajo.

Una vez que vi la micro partir, tomé el pucho que había guardado con vergüenza en mi bolsillo, y lo prendo. Aprovechando la soledad de las 10 de la noche en San Antonio, tarareo una canción, y me quedo mirando a un par de niñas que toman su micro, y los colectivos que pasan lento y mirándome fijo, esperando que me suba. A penas acaba de consumirse, subo. Ahora estoy hedionda a cigarro.

No sé sublimar. Nunca he sabido, pero ahora creo que es peor. ¿Qué hacer cuando sabes que, de aquí a un mes, él va a estar bien y yo no? Y cuando hayan pasado dos meses, tres meses, y encuentre a alguien más. ¿Qué voy a hacer? Ya no me acuerdo cómo se hace esto. Siento que lo sé todo, que lo único que tengo que hacer es esperar a que todo mejore, pero no sé si pueda llegar... siento que, dado mi forma de ser, dado lo que me he convertido con el tiempo, lo único que voy a lograr va a ser hundirme.

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