Por semanas, día a día, justo antes de dormir, vienen a mí palabras, oraciones, recitadas por mi diálogo interno, con algo más de claridad que el zumbido que sueña regularmente. Pequeñas cuñas que hilan mis ideas, que se sienten como resoluciones a los acertijos de mi experiencia y que flotan frente a mi hasta que el cansancio me apaga la consciencia.
Luego, vienen los sueños: convulsos, grotescos, tristes. Amanezco, y de las palabras no queda nada. El mundo sigue siendo incomprensible.